La casa número trece
Dolores Herranz.
Irene entró con buen pie, en la familia y en el barrio. Su llegada creo gran expectación en la calle. Cuando la tarde empieza a tomar un tono gris y el sol emitía las últimas ráfagas de color naranja, salían a pasear las parejas, y las que no tenían salían a buscar. Sacó la cabeza por la ventanilla, y le dijo al cochero
_ Pare, pare, es aquí. ¿No ha visto el número 13 y el escudo de la casa?
Negro reluciente con dos hermosos corceles tirando de él, adornados con madroños de colores y unos hermosos plumeros sobre la cabeza. Abrió la puerta y salió. Vestía un traje negro de alpaca, guantes hasta los codos, zapatos de charol, con una gran hebilla en el empeine, el pelo recogido y un casquete negro con de tul cubría sus ojos, destacando a su vez su tez de porcelana. Con ademán tranquilo y seguro se recogió la falda y bajo del coche. La esperaban en la puerta una joven vestida de negro con delantal y cofia blanca, a su lado un hombre de mediana edad con uniforme. Ambos inclinaron la cabeza respetuosamente, y la mujer le susurro…
_“La señora la espera en el salón de arriba” -¡Gracias ahora subo! A propósito, me llamo Irene, Irene Martí. Dando medía vuelta subió las escaleras, había creado expectación en los viandantes y en los que contemplaban la calle, a través de los visillos. Después de estudiar y programar su llegada, había conseguido su propósito.
Escudo del pueblo de Navarrete -Álava
¿Por qué había decidido venir aquí? Al morir su tía no quiso quedarse a cargo del viudo y sus tres hijos. Podía vivir en Madrid, pero no le gustaban las grandes ciudades. Valencia era más familiar. Aunque “el cólera morbo” estaba haciendo estragos en las dos, ella se decidió por está última.Recomendada por el señor Mercader, gran amigo de su tía y a su vez de la familia Navarrete, “Marqueses de Tremolar” buena familia y buen barrio, señorial y bohemio. Cuna de artistas, podía haber sido en su día, “el montparnas de Valencia”. Le gustaba aquel ambiente. En los inmensos salones de las casas, se celebraban grandes bailes, tertulias y saraos. Y como en cualquier barrio rico o pobre no estaba exento de comentarios y criticas. Los chismes eran siempre los protagonistas en reuniones y tertulias.
Por que ahora también era centro de atención y comidilla de los vecinos.
_ ¡Eso es rarísimo, no se conoce ningún caso igual! –Comentaban los allegados-¡Nadie la ha visto embarazada! _Bueno pero la leche...Dicen que un día después de comer la señora observo que llevaba el vestido manchado y le preguntó.
_Irene ¿se te la caído la sopa? O es agua,
_No, no señora, que yo sepa, si me da su permiso...subo a mi alcoba y me cambio.
Se cambio rápidamente, pero cuando llego al salón, su blusa volvía a estar manchada.
, _¡Pero Irene! ¿Qué le pasa?,
_No se, señora es muy raro.
La señora un poco alarmada, se acerco y le dijo
-Vamos ver, enséñame el pecho. Entraron las dos en la alcoba, se desnudo y vio emanando de sus pezones un líquido blanco. Después de un exhausto análisis descubrieron que era leche, leche de excelente calidad.
Después de pensarlo bien, decidió sacar provecho y previo permiso de la señora, puso un anuncio en el periódico” Se ofrece nodriza joven y sana”. Llegaban de todos los rincones, nobles señoras que no querían perder ni tersura ni figura, otras por falta del preciado liquido, también llegaban huérfanos por el “cólera“. La fama de la calidad de su leche, hizo que dedicará las tardes a amamantar. Nunca rechazaba a ningún niño; igual amamantaba al hijo de un rentista, de un jornalero, ó del orfanato. Lo hacía de dos en dos, así se sacaba unos duros a la semana. Un real por día y niño era su minuta. Los recibía en el patio de la casa; de estilo gótico con dos grandes macetas con hojas de salón. Era el lugar más transitado; por él se accedía a otros compartimentos, la cochera, la cocina y desde está descendiendo por unas escaleras, se bajaba a la bodega y a las caballerizas. Por el patio pasaban todos los habitantes de la casa, cocheros, criadas, señores, allí se juntaban para comentar la actualidad de la época,
_”que si la reina Mª Cristina debía implicarse más, que si Sagásta tenía poco que hacer con los carlistas, de Sorolla que era un vividor y Goya un afrancesado, también se comentaba sobre Ramón y Cajal que llegaría lejos, que si la PEPA de Cádiz bailaba al ritmo del político de turno, Blasco Ibáñez triunfaba a pesar de las plumas envidiosas del país, y un sin fin de cosas que hacían que a Irene se le pasase la tarde entretenida, e informada mientras amamantaba. Solía parar para merendar, debía alimentarse bien. Una tarde mientras merendaba, llegó un carruaje que paro delante de la puerta, bajo de él una señora alta, enjuta, vestida de negro y con el cabello blanco recogido en un moño, y la cara desencajada, preguntando por Irene; el portero le indicó con un gesto. Irene al verla cambio de color
-¿Señora, que hace usted aquí?
- Y tú ¿dónde está mi nieto? ya se que te dedicas a amamantar hijos de otras, ¿pero y el tuyo? ¿Donde esta? Perdí a mi marido en la guerra de Cuba, a un hermano en las Filipinas, tengo a mi hijo enfermo de cólera, ¡pero no estoy dispuesta a perder a mi nieto! Mi hijo me lo ha contado todo. Su mujer no sabe nada, pero ¡yo quiero cuidar a ese niño!
_Señora, su hijo se lo debió contar un poco antes ¿donde iba yo con un niño? ¿Quién nos iba a mantener? ¿Morirnos de hambre los dos? Ese hubiese sido nuestro fin. En la inclusa se hicieron cargo de él, hasta que yo pueda recoger para comprar una casa, y así poderle cuidar ¡ahora no puedo señora!
_Pero yo si que puedo y soy su abuela.
_Y la otra, ¿que dirá?
_A mi no me importa la otra, me importa lo que me a dicho mi hijo.
El escándalo estaba servido y el misterio desvelado. A las voces acudió la señora Mercader preguntando qué era lo que pasaba La viuda de Calderón (condesa de Galvara) respondió,
Excusándose por su inesperada visita y explicando el motivo de ésta.
Una vez aclarado todo, Irene accedió. La condesa se hizo cargo del niño, con la condición de visitarlo y si algún día conseguía un buen vivir, llevárselo junto a ella. Agradecida la viuda de Calderón se comprometió en pasarle una pensión de cinco pesetas al mes.
Con la nuera no tuvo problemas, al no haber concebido, acogió al niño como suyo.
El padre murió feliz después haber disfrutado año y medio de la compañía del niño.
Irene conoció a un viudo llamado Fermín, amigo de los marqueses, que una tarde fue a tomar café y quedó prendado de ella. No era guapa pero sí atractiva y tenía exquisitez en sus ademanes, también era discreta y buena conversadora. Tuvieron dos niñas Carla y Antonieta, y aunque no dejó de visitar a su hijo, nunca lo reclamó (estaba en buenas manos).
Fermín nunca le reprochó su desliz, murió junto a ella después de treinta años de feliz matrimonio.
Irene murió en una casa de su propiedad, en el barrio donde tenía tantos amigos, y fue tan bien acogida, su entierro creó tanta expectación como su llegada.
-Nenica-
Este escudo se encontraba en una casa Nº 13 del pueblo de Páganos en La Rioja Alavesa
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