EL SEPULTURERO
María Ángeles Fernández Giménez
Algunas puertas nos permiten entrar pero no salir, otras impiden ver lo que hay al otro lado y unas pocas encierran secretos que sería mejor no descubrir.
Sin ser todavía consciente yo acababa de abrir una de ellas, cuando decidí comprar una casa en un pequeño pueblo de montaña y, aunque era un hombre que no se asustaba por nada, intuía que mi futuro hogar escondía un secreto inquietante entre sus muros de piedra.
Todos los días el sepulturero de aquel tranquilo lugar se paraba delante de mi ventana para saludarme, yo le sonreía, y él seguía caminando hasta llegar al cementerio de paredes blancas que se encontraba al final del camino.
Una mañana, a diferencia de otras veces y a pesar del frío que hacía fuera, me hizo un gesto con la cabeza para que saliese al exterior, una vez allí, me lanzó una pregunta.
-¿Quiere usted que yo le cuente lo que ocurrió detrás de su puerta?
-Si por favor me gustaría mucho, muchísimo -le contesté.
Cuando comenzó a hablar, sentí que algo iba a cambiar en mi vida. El me miro, y viendo que yo palidecía, me dijo…
-¡Escuche! No se me desmaye, que todavía no le he contado nada.
Me encendí un cigarro, y una vez sentado, él se animó a proseguir:
-Le puedo contar que, una tarde de verano cuando yo estaba terminando de preparar una de mis tumbas y, el silencio era tan profundo que no se escuchaba nada más, el grito de una mujer y el llanto de un niño atravesaron los muros de esta casa. Yo vine hacia aquí lo más rápido que pude, y lo que encontré me sobrecogió. ¿Usted ha visto alguna vez la muerte de cerca?. Yo sí, y a pesar de eso no puedo olvidar la expresión de aquella madre, a la que yo encontré ya sin vida sobre un gran charco de sangre, apretando entre la mano la fotografía de su hijo. A un lado, justo donde se encuentra usted ahora, una cuna se mecía, pero en ella no había ningún niño. Había desaparecido.
Todos los vecinos colaboraron en su búsqueda, pero nadie consiguió encontrarlo. Los años fueron pasando, y una mañana mientras yo cuidaba de las almas del camposanto, vi como sobre la tumba de la mujer de la que le estoy hablando, un hombre depositó flores.
Hasta entonces, solo yo había cuidado de esa pequeña porción de tierra en la que ella descansaba, y por esa razón la visita de aquel desconocido me desconcertó. Cuando se encaminó hacia la salida me miró, situación que yo aproveche para comenzar a lanzarle unas cuantas preguntas.
-Señor, dígame ¿Conocía usted a esa mujer?
-No, pero gracias a ella y a su desdicha soy muy feliz, porque he tenido la oportunidad
de criar y educar a su hijo. Yo le adopté poco después de que la policía resolviera el caso del asesinato de su madre.
Un policía amigo mío me contó, que su propio marido, después de haberse bebido varias botellas de vino, la había matado a golpes y que en su huida se llevo con él al niño. Dos días después fue encarcelado y hace unos meses murió envuelto en su propia locura.
-Yo me despedí de aquel hombre, y guardé en mi mente palabra a palabra, todo lo que él me había contado -dijo el sepulturero.
Hoy se lo estoy contando a usted porque en realidad es también la historia de su vida.
Entonces el sepulturero se dio la vuelta y mientras dejaba caer la fotografía de un bebé sobre mi mesa, me dijo que el niño de aquella historia era yo.
A partir de entonces y pasado un tiempo, el suficiente para conseguir asimilarlo, conseguí resolver muchas de las dudas que yo había tenido siempre en mi vida. Y por fin tuve un lugar para rezarle a mi madre
Bien podría ser esta puerta nº 13 situada en Lumbreras, un pueblo de montaña, en la que María Ángeles se inspiró para contarnos el relato que tuvo que hacer como trabajo en Sanscliche el curso de escritura creativa on-line.
Me encanta
ResponderEliminarQue bárbaro, un poco tétrico
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