Para este par de gemelas del pueblo de Bobadilla en La Rioja, me he reservado otro de los relatos del libro "Los Relatores". Espero que os guste.
¡Maldita Niebla! repetía una y otra vez en voz alta mientras conducía un coche alquilado.
Ya había facturado las maletas y tenía la tarjeta de embarque. Le habían asignado el asiento 13D. No estaba muy contento, aunque no era por el número. Cualquier otra persona no hubiera aceptado este asiento porque se trataba del número 13, pero a él eso no le importaba demasiado. Lo que de verdad le molestaba era que la azafata ni siquiera le había preguntado qué prefería, si ventana o pasillo, de modo que le dio uno al azar. Lo único que le aliviaba del asiento 13 era que estaba situado delante de las alas del avión... ni encima de ellas ni en la cola.
Después de dos horas esperando, sentados con los cinturones puestos dentro del avión, el capitán comunicó por megafonía que el vuelo se suspendía debido a la espesa niebla y probablemente no despegaría ningún avión, ya que las condiciones meteorológicas eran bastante desfavorables. Era lo único que le faltaba. Si esperaba hasta el día siguiente no iba a poder llegar a tiempo de entregar los contratos.
¿Será por el número 13? ¡Qué estupidez! pensó.
Estuvo un rato dándole vueltas a la cabeza y al final decidió alquilar un coche y conducir hasta el lugar donde se encontraba la empresa. Tardaría diez horas, pero si salía de inmediato, podría llegar sobre las cuatro de la madrugada y todavía le quedaría cuatro horas más para descansar antes de la reunión. Así que llamó a su jefe y le informó del cambio.
Llevaba casi nueve horas al volante. Había parado un par de veces a llenar el depósito y la segunda de ellas aprovechó para comer algo, pero se sentía tan cansado que no era capaz de continuar, entonces consideró que lo mejor sería hacer una parada más larga. Condujo una media hora más pero no veía ninguna señal que indicara la proximidad de un área de descanso. Los párpados se le empezaban a caer y ya ni siquiera se daba cuenta de qué tema estaban hablando los contertulios en el programa de radio que había empezado hacía unos quince minutos. El cerebro empezaba a desconectarse de la realidad y una vocecita dulce le repetía una y otra vez que no se resistiera. Debía hacer algo, no podía conducir durante mucho más tiempo y no sabía exactamente a qué distancia estaba la próxima área de servicio. En ese momento optó por dirigirse a la siguiente salida y buscar algún sitio donde pasar la noche.
La primera localidad que encontrara situada más cerca de la carretera estaría bien. No tenía muchas opciones. Se encontraba en una comarca bastante desierta. Las ciudades estaban separadas por cientos de kilómetros de distancia unas de otras y entre ellas sólo se podían divisar algunas granjas o pueblos formados nada más que por cuatro o cinco casas.
Al fin se acercaba la siguiente salida, justamente la salida 13.
Apenas había dejado la carretera principal cuando vio un pequeño pueblo. No se lo podía creer, parecía que la suerte empezaba a acompañarle. Al final del pueblo le pareció ver una especie de hotel. Tenía el aspecto de ser un poco viejo, pero él no buscaba nada en particular, sólo una habitación en la que pudiera darse una ducha caliente y dormir el resto de la noche para continuar el viaje a la mañana. Los contratos debían estar en la oficina antes de las 9.00h.
El sitio no era lo que esperaba pero no se moriría, había dormido en sitios peores yendo de viaje con los amigos cuando era más joven.
Buenas noches caballero. le estábamos esperando ¿En qué puedo ayudarle?
¿Cómo dice?... eh... Bueno... Si no me equivoco creo que tienen habitaciones.
Sí... sí...aunque... no todas ellas están disponibles... apenas se detiene nadie por esta zona. Es usted el primero en mucho tiempo.
He conducido muchos kilómetros y necesito descansar. Sólo con que tenga una cama limpia y una ducha de agua caliente me conformo.
Sí señor, ya está preparada.
Eh...¿Cuánto cuesta la noche?
No se preocupe... mañana... ahora descanse. Aquí tiene la llave, verá que sólo hay una planta, es la habitación del final del pasillo... la número 13.
Durante unos segundos miró detenidamente a aquel hombre. Después alargó la mano y, pensando un poco en toda aquella situación, cogió la llave y se dirigió hacia la escalera. La manera en la que le había hablado y mirado desde el principio le provocaba escalofríos. Pensaba que era un poco extraño que, aunque no había tenido ningún huésped en mucho tiempo según había dicho aquel hombre, todavía tuviera a esas horas de la noche de pie detrás del mostrador como si esperara algo. De todas formas tampoco era asunto suyo. Estaba muy cansado y únicamente podía pensar en echarse en la cama a dormir.
Cuando llegó arriba, le esperaba un largo pasillo, oscuro. La única luz que le ayudaba a encontrar el número de las habitaciones era una lámpara pequeña situada en el techo justo a la mitad del mismo. Todas las puertas eran de madera. Ya no se sabía de qué color eran, debido en parte al deterioro y en parte a la suciedad que tenían incrustada.
Por un instante volvía a tener aquella sensación que sintió estando sentado en el asiento 13 del avión. ¡Qué estupidez! volvió a pensar. Pero esta vez no se acababa de auto-convencer. Eran muchas coincidencias y el mismo número 13 y entró en la habitación dispuesto a darse una ducha caliente y dormir las horas que le quedaban. Entonces la oscuridad lo devoró.
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